Mathilde Robertson.

—Los Robertson llegaron a transformarse en la familia más influyente de Inglaterra gracias a su trabajo con los textiles. Y en pasado, porque en la actualidad ya no queda nada de eso. Decidieron mudarse de Londres con rumbo a Nueva York, en búsqueda del sueño americano y nuevas oportunidades. Inglaterra no tenía nada que envidiarle a Estados Unidos, pero al momento en que arribaron a nuevas tierras supieron que habían cometido un error. Su nuevo país no los recibió como esperaban, allí la vida fue complicada y no un sueño, sobre todo por su vocación. La moda era muy diferente y no tuvieron el éxito que creyeron. Con el tiempo Paul Robertson no hizo más que refugiarse en las apuestas y Haydée Robertson solía gastar más de lo que podía permitirse. La familia se fue a la quiebra y las deudas subieron hasta más no poder. Pidieron préstamos al banco, e incluso, a familias amigas, con las que ya no tienen una amistad precisamente. Los Favager odian a los Robertson luego de tantas deudas sin pagar. Se hicieron una mala fama y ya pocos son los que quieren ayudarlos.

—Mathilde llegó al mundo en un mal momento, en el punto mismo de la crisis que sus padres estaban viviendo. Paul culpó a Haydée por no haberse cuidado y eso los distanció un poco más. Ya no eran el matrimonio feliz que siempre habían demostrado ser, su relación se estaba cayendo a pedazos. Mathilde tuvo que aprender a vivir con eso, con la culpa, la poca atención, los juguetes de segunda mano y refugiándose en su hermano mayor que parecía ser el único que se preocupaba por ella, a pesar de sus cortos tres años de diferencia. Hubo ocasiones en que incluso sus padres olvidaron su cumpleaños. Al comienzo Mathilde sufría, hasta que llegó a un punto donde se hizo inmune y dejó de prestarle importancia a lo que sucedía en su casa. Cuando cumplió los ocho años realizaron un "viaje disfrazado" a la playa, Mathilde no tenía idea de que sus padres iban a saldar cuentas con los Favager, a ponerse al día con al menos una parte de la deuda millonaria, no le importó porque lo principal fue conocer a Émeric, con quien congenió desde el comienzo y pudo jugar hasta quedar botada en la arena. A pesar de ser sólo una niña, él le recordó lo lindo que se sentía reír a carcajadas sólo por jugar a las escondidas. Realizaron otros viajes aparte de ese para ponerse al día con las deudas, pero ninguno se comparó en perfección al viaje de la playa.

—Cuando le informaron que ya estaba lista para ingresar a Salem fue la pequeña más feliz del mundo. Había vivido doce años bajo la dura presión de sus padres, los gritos de peleas y la poca atención, y ahora, tendría la oportunidad de hacer su camino por su propia cuenta. Destacó en algunas asignaturas y dio pena en otras tantas, pero aun así, se llevó un buen recuerdo de la escuela. Los factores principales de que su estadía en Salem fuese perfecta fueron estar lejos de sus padres y tener a Émeric ahí con ella. Se transformó en su mejor amigo y luego, en la persona con la que quería estar por siempre. Su orgullo le impedía confesarlo, pero ya en su último año en Salem todo era evidente y se dieron el primer beso que marcó un antes y un después en su vida.

—Sus padres comenzaron a fabricar ropa nuevamente y de a poco sus recursos comenzaron a subir. Terminaron sus deudas con algunas familias y con otras decidieron ignorarlo, porque ponerse al día iba a ser sinónimo de quedar en banca rota otra vez. De todas formas, no todo es color de rosa, porque mientras más ganan, más se empeñan en perder mediante las apuestas. Esta situación a Mathilde le parece estúpida y no tiene miedo de levantarle la voz a sus progenitores por ser tan descuidados. Cuando su hermano estaba en casa era él quien la defendía de los posibles maltratos que podía cometer Paul, pero ahora que él se ha independizado, Mathilde no se salva de los golpes por ser una insolente. Detesta a sus padres y quiere hacer lo mismo que su hermano muy pronto. Odia llevar el apellido Robertson porque no es su culpa que sus padres lo hayan manchado tanto por sus irresponsabilidades, quiere ser alguien más y no estar inmersa en todo el enredo de deudas.

—Apenas se graduó de Salem fue a parar al Ministerio, al Departamento de Catástrofes y Emergencias Mágicas. Nunca se había planteado el camino que quería seguir en el futuro, pero siguió a Émeric porque lo ama y no quiere estar separada de él. Sabe que su relación es una locura, que nadie la aceptaría y menos los padres de él al saber que ella es una Robertson. Por ahora prefiere evitar pensar en eso, aunque se le ha hecho complicado teniendo a los Favager ansiosos de que Émeric regrese donde pertenece. Le duele pensar que no están destinados, que su familia quiere otro futuro para él y que ella está condenada a quedarse en la miseria por culpa de sus padres. Se esfuerza por verle el lado positivo al asunto, por aprovechar el tiempo que pasa con él, por demostrarle su amor a cada instante y por ignorar que tiene un retraso de semanas... Si es lo que piensa, ese sería su fin. Entre tantos problemas no sabe cómo podría salir adelante, porque Émeric terminará yéndose con su familia para afrontar el futuro feliz que ellos le proponen y ella... ella sólo seguirá siendo una Robertson sin futuro, con un posible bebé y una familia que se cae a pedazos. No quiere condenar a su único y gran amor a pasar tantos sufrimientos con ella, quiere que sea feliz y si eso la aleja de él, entonces, lo afrontará aunque la destruya. Émeric siempre será la persona más importante para Mathilde, un apellido no la hará pensar diferente.