Aquí se cena en frío. [Grupal Familia Conelly]

«La cena se sirve a las siete y cuarto o siete y media».

Lo había recalcado tantas veces, a lo largo de tantos años, que pensaba que a estas alturas de la vida, Connor ya tendría la frase grabada en la cabeza. Se equivocaba. Que Erika, que parecía no entender en que consistían los buenos modales, llegase con retraso era inaceptable, pero entendible. Siendo hija de Médea lo extraño hubiese sido que comprendiese la importancia de las etiquetas sociales. Magnolia aún estaba tratando de digerir la escasez de buen gusto en la ropa de su nieta, cuando está comenzó a demostrar que había un nido de golondrinas —masculinas, obviamente— en lo alto de su cabeza.

Que Connor, quien sabía que la hora de la cena era sagrada, llegase con más de media hora de retraso, no era ni defendible. La cena era el único momento del día en que los Conelly podían reunirse en familiar y charlar; o lo que en aquella casa se podía considerar por ello.

Magnolia se giró sobre su silla y le dedicó una escueta sonrisa a Hazel, la única de los tres que estaba presente, sentada a su izquierda.

—Se ve que al final, vamos a cenar a solas.

Estaba tratando de ser comprensiva, lo intentaba con todas sus fuerzas, pero era complicado. Hazel y Erika no se habían criado con ella. De hecho, podía contar con los dedos de ambas manos y le sobraban, las escasas ocasiones en las que había tenido la oportunidad de verlas. Estuvo presente cuando nació Hazel, no así Erika. Matilda la había invitado a uno o dos cumpleaños de la niña cuando esta era muy pequeña, después, las invitaciones dejaron de llegar. A Erika sólo la había visto en dos ocasiones; en una reunión familiar hace muchos años y en el funeral de Primrose, hacía cinco años. Y ya en aquel momento había vislumbrado un brillo en sus ojos que denotaba un carácter complicado. Su suegra lo habría reducido a decir que era endemoniada, pero Primrose siempre lo reducía todo a una sola palabra. Lo llamaba ahorrarse eufemismos.

—Y bien, ¿Qué tal los estudios?

Aquello no podía ser más triste. Siempre había ese halo de incomodidad presente cuando ambas se quedaban a solas. Ser diplomática no era lo suyo. Suspiró mientras la cena les era servida y observó los filetes y el puré con hastío. La segunda vez esa semana que la cena tenía que ser recalentada.

—¿Sabes qué? Olvídate de los estudios, en realidad no me interesan —hizo un gesto con la mano, indicando que le daba lo mismo como se desarrollaban las clases hoy en día en Salem. —Estaba pensando que sería divertido que pudiéramos hacer algo los cuatro juntos este fin de semana. ¿Qué te parece? Aunque si tienes algo mejor que hacer...

Estaba usando el tono de voz que te daba a elegir entre dos opciones, pero que al mismo tiempo te dejaba claro que esperaba que la respuesta fuese un efusivo si, acompañado de una sonrisa.

Iba a añadir que tipo de clase de actividades podían llevar a cabo, cuando empezó a escuchar ruidos en la sala de estar.

—Que honor —dijo con cierta acidez. —Parece que al final Erika y Connor han decidido honrarnos con su presencia.